El CENIEH participa en un estudio internacional que muestra cómo los grandes cambios ambientales del pasado transformaron por completo las comunidades de grandes herbívoros y cómo, pese a extinciones masivas, los ecosistemas lograron mantener su equilibrio
Ignacio A. Lazagabaster, investigador del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), forma parte del equipo investigador que acaba de publicar en la revista Nature Communications un estudio pionero en el que se muestra cómo los grandes herbívoros, desde los mastodontes hasta los rinocerontes y los ciervos gigantes, han moldeado los paisajes terrestres durante millones de años, y cómo sus ecosistemas lograron mantenerse cohesionados, pese a perturbaciones abruptas, incluso cuando algunas especies desaparecieron.
El equipo investigador ha examinado registros fósiles de más de 3.000 especies a lo largo de 60 millones de años, utilizando análisis de redes para explorar cómo evolucionaron con el tiempo y en distintos continentes rasgos como el tamaño corporal y la forma de los dientes. Este enfoque funcional les ha permitido entender cómo funcionaban los ecosistemas, y no solo qué especies los habitaban.
Como explica el investigador de la Universidad de Gotemburgo, Fernando Blanco, primer autor del estudio, los resultados ofrecen un panorama de estabilidad ecológica a gran escala. “Descubrimos que estos ecosistemas permanecieron sorprendentemente estables durante largos períodos de tiempo, incluso con la llegada y desaparición de especies”.
Dos grandes perturbaciones globales
Pero esta estabilidad ecológica fue interrumpida por dos perturbaciones globales: momentos en los que cambios ambientales extremos alteraron permanentemente la estructura ecológica de las comunidades de grandes herbívoros. Como explica Fernando Blanco, “en dos ocasiones de estos 60 millones de años, la presión ambiental fue tan intensa que todo el sistema se reorganizó a escala global”.
La primera gran perturbación ocurrió hace aproximadamente veintiún millones de años, cuando el desplazamiento de los continentes cerró el antiguo mar de Tetis y formó un puente terrestre entre África y Eurasia, el llamado Puente de Gomphotherium. Este nuevo corredor terrestre desencadenó una ola de migraciones que transformó ecosistemas en todo el mundo.
Entre estos “viajeros” se encontraban los antepasados de los elefantes modernos, que habían evolucionado en África y comenzaron a expandirse por Europa y Asia. Pero el cambio fue mucho más allá de los elefantes, y ciervos, cerdos, rinocerontes y muchos otros grandes herbívoros también se desplazaron hacia nuevos territorios, alterando el equilibrio ecológico.
La segunda perturbación global llegó hace unos diez millones de años, cuando el clima de la Tierra se volvió más frío y seco. El avance de las praderas y el retroceso de los bosques favorecieron la aparición de especies pastadoras, con dientes más resistentes, y provocaron la desaparición gradual de muchos herbívoros forestales. Esto marcó el inicio de un declive prolongado en la diversidad funcional de estos animales, es decir, en la variedad de roles ecológicos que desempeñaban.
Menos especies, misma estructura
A pesar de estas pérdidas, los investigadores han encontrado que la estructura ecológica general de las comunidades de grandes herbívoros se mantuvo sorprendentemente estable, incluso cuando muchas de las especies más grandes, como los mamuts y los rinocerontes lanudos se extinguieron, en el marco básico de funciones dentro de los ecosistemas perduró.
“Es como un equipo de fútbol que cambia de jugadores durante el partido, pero que mantiene la misma formación”, comenta Ignacio A. Lazagabaster, coautor del estudio. “Entraban en juego especies distintas y las comunidades cambiaban, pero cumplían funciones ecológicas similares, por lo que la estructura general se conservaba”.
Una lección a largo plazo
Esta resiliencia ha perdurado durante los últimos 4,5 millones de años, resistiendo glaciaciones y otras crisis ambientales hasta nuestros días. Sin embargo, los investigadores advierten que la actual pérdida de biodiversidad, acelerada por la actividad humana, podría terminar sobrecargando el sistema.
Los grandes herbívoros no son solo consumidores, son auténticos “ingenieros del ecosistema”, que moldean la vegetación, dispersan semillas e influyen en toda la bioesfera, desde la salud del suelo hasta los patrones de incendios. Su desaparición debilita ecosistemas enteros.
“Nuestros resultados muestran que los ecosistemas tienen una capacidad asombrosa para adaptarse”, afirma el Juan L. Cantalapiedra, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y autor sénior del estudio. “Pero hay un límite. Si seguimos perdiendo especies y funciones ecológicas, podríamos alcanzar pronto un tercer punto crítico global, uno que estamos ayudando a acelerar”.
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